El amor que se cuenta en La brasa en la mano es tan antiguo como el hombre. Tan antiguo como ese hombre es el anatema que pesa sobre él. El narrador lo califica de ""historia de contradicciones"", asimilándolo al amor en general. Y así es, en efecto, el sentimiento que experimenta, el narrador, por Miguel. Los desencuentros, los celos, la imaginación del amante y la pasividad del amado son semejantes a los de la pareja hombre-mujer.

En sí, la clave es muy simple: un hombre enamorado de otro no puede contarle a sus amigos la alegría que experimenta al creerse correspondido. En el día y la noche que dura el relato sólo el lector será, en definitiva, el destinatario de la confesión.

Calificado como uno de los primeros libros de temática abiertamente homosexual, podés disfrutarlo en la Biblio de SIGLA....

 

 

 

Título: La brasa en la mano

Autor: Oscar Hermes Villordo
ISBN: 9789871671113
Editorial:Instituto de Cultura - Provincia del Chaco (Colección Rescate)
Clasificación: Novela
Páginas: 206
Publicación:
Idioma: Español

 

Disponible en el sector A1 de BiblioSigla

 


Del editor....

Es muy interesante leer sobre quienes expresaron a través de la literatura, en aquellos años sumamente difíciles para el ambiente homosexual en Argentina, los sentimientos hacia sus pares. Sentimientos que debían guardar, esconder, para al menos tener el mínimo de contacto que hasta ese entonces habían logrado alcanzar. Oscar Hermes Villordo (1928 - 1994) es un símbolo de esa generación que creció atravesada por las circunstancias de esa compleja sociedad militarizada. En ese entonces escribió, y su relato vale como grito desesperado de toda una generación oprimida por el Estado, por la familia, por la prensa, por ellos mismos, quienes veían en la adaptación para mantener lo logrado la resignación de sus anhelos más profundos.

Aquí compartimos algunos fragmentos del texto que pueden encontar en nuestra BiblioSigla:

Sobre "La brasa en la mano"   (Fragmento)

Trato de recordar. Los dos estábamos en un coche y él me dijo: "No tengo derecho a pedírtelo, pero si sé que te acostás con otros... "Era su declaración de amor. Lo había perseguido durante meses y, al fin, se decidía. A su manera..."Tenés que comprender. Es difícil para mí. Si te dijera que estoy enamorado de vos, mentiría. No es eso." No; no era eso. Y sin embargo insistía, decía (aunque era la primera vez) que sufriría si yo me acostaba con otros, que no estaba enamorado de mí, que: "Soy un egoísta; perdóname". Lo miré; miré sus rodillas desoladas. Era un niño pidiéndome perdón. El coche dobló la esquina donde bajó y nos separamos, aún tuve tiempo de decirle el "Hasta mañana"  acostumbrado y de mirarlo alejarse con el portafolios bajo el brazo. Desapareció en la calle, tal vez en la otra esquina, mientras me hundía en el asiento.

Yo soy pequeño, esmirriado, un poco triste, con la cara apretada por esa tristeza. El espejo me devolvió la imagen, cruelmente, en el momento de achicarme en el asiento (con la fugacidad que tienen los espejos que reflejan el sol) y en el momento en que el chofer me miraba para que le dijera adónde me llevaría. Lo dejé esperando, porque a la fotografía alejándose, su imagen de hombre seguro caminando, el vaivén de sus portafolios.



El tono de tristeza que puedan tener estas palabras es de ahora; entonces, yo era feliz. Piensen en que él me había dicho que me quería, en que él me quería, en que yo no lo sabía. Esta es una historia de amor (o lo que es lo mismo: una historia de contradicciones) y debo decirlo desde el comienzo: el que no haya amado no podrá entenderla. Piensen en el amor y díganme si había o no motivos para estar alegres.



El coche se alejó velozmente hacia cualquier calle los árboles eran otras tantas pantallas pasando en la luz. Las caras que veía al sesgo cuando se detenía, me aparecían opacas, preocupadas. Todas eran iguales. Mejor ni mirarlas. "Miguel, qué feliz soy". Sin embargo, ellas miraban, se arremolinaban junto a la ventanilla. "Miguel, sos vos el que tiene que perdonarme ¡No sabés cuánto te quiero!" Una cara se detuvo, o me pareció, porque siguió de largo. "No importa que no me quieras. Lo único que te pido es que estemos juntos". Otra me amenazó... ¿Pero qué había hecho yo? Sí, me había sonreído. Es difícil esconder la felicidad, pero aún es más difícil mostrarla. Y en eso el coche frenó. Alcancé  a verlas apretadas en la desesperación de haberse salvado (el temblor animal del abrazo de la mujer), y alcancé a ver la furia del chofer gritándoles. Vaya a saber en qué felicidad irían pensando.



Esa fue la primera vez que me dijo que sí. La otra es demasiado vergonzosa y triste para recordarla. Me averguenza porque es el final del romance vulgar (que también tiene su explicación, tratándose de él) y me entristece porque tal vez quiso darme lo mejor de sí y yo no lo entendí. Era un consuelo, de todas maneras; y a la vergüenza y la tristeza se mezcla en el recuerdo el rencor. El me confundía con una mujer; nuestras relaciones tenían no sé qué de parecido con las del hombre y la mujer. Hasta creo que se convertía cambiándome el sexo en el diminutivo de mi nombre. Hoy pienso que toda la ternura de que era capaz está en esa despedida. Me dijo: "Pase lo que pase, no te olvidaré. Hemos sido muy felices".  ¡ El final de la pareja de novios, en que él abandona después de haber conseguido lo que quería!



(Pero no. No fue así. Si debo recordar, debo decirlo. Es fácil repetir. "Hemos sido muy felices", sin mirar la cara de él que escucha. Él está junto a la ventanilla de otro coche y habla distraído. Y como quien encuentra la frase exacta se vuelve y me dice las palabras con alegría. La cara se le ilumina y siento la presión de su mano en el brazo. ¡Y es el final! Sólo detrás del resplandor está la tristeza, esa desesperación que me aprieta el brazo. Pero en mí las palabras hablan de otra manera. Me dicen: "Todo terminó. Hay que ser fuerte". Está más joven que nunca. La cara bien afeitada, blanca; el cuerpo laxo en el descanso, en ese abandono trágico que le dibuja el rictus que amo tanto. "No seas zonzo. Tenés que vivir tu vida. Olvídate de mí. Al fin de cuentas, ¿qué pasó entre nosotros?" Por un instante siento que es así, que tiene razón, y le agradezco que reconozca que hemos sido felices. Pero inmediatamente lo aborrezco y pienso cómo pude enamorarme de un hombre como él, y lo compadezco y me compadezco. Entonces sus ojos insisten en el hallazgo, brillan en la afirmación del "Hemos sido muy felices", y aceptó, copio el gesto amargo de su boca, sonrío y digo sí).


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La novela está ambientada en la ciudad de Buenos Aires entre las décadas del cincuenta y sesenta del siglo pasado. Presenta una descripción de la vida oculta de los homosexuales, en un tono irónico y no exento de cierta comicidad, a través de situaciones en apariencia biográficas del propio narrador. Entre los personajes que lo acompañan, están Beto, Myriam, El Príncipe entre los Lirios, Adolfo y Andrea, la única mujer de la historia. También están Baba y sus invitados, mientras que los personajes secundarios son taxi boys, marineros y soldados.


Los espacios urbanos donde transcurre la novela remiten a bares, plazas y lugares secretos. El clima de la obra está inmerso en los prejuicios y en la condena social deparada a los que se atreven a transgredir la norma y asumen una sexualidad diferente de la regla heterosexista de la sociedad patriarcal. La novela muestra la soledad de seres que no forman células familiares tradicionales.



Según Freda “la primera discriminación que un integrante de las minorías sexuales enfrenta está en su familia. Todas las figuras a quienes ama y admira (el padre, la madre, el cura) le enseñan a despreciarse a sí mismo. El homosexual  aprende que es marica, o sea, un afeminado cobarde”(Freda, 2000); en lo que hace a la propia visión del sujeto pasible de ser considerado un estereotipo, encontramos un componente homofóbico que le ha sido trasmitido desde el seno de su familia y del entorno social. “En el comienzo está la injuria” plantea Didier Eribon, un historiador del pensamiento, para quien la identidad homosexual se construye en el momento en que el insulto queda escrito en la mente del gay y determina un espacio social, una minoría a la que pertenece, y un miedo precoz al desenmascaramiento. “Si a mi no me hubieran tratado de sucio marica desde que tengo doce años puede que no hubiera pensado que entraba dentro de una definición y me hubiese dicho que ser homosexual es una cuestión de sensibilidad personal”. (Brecha, 2001, p. 20)



Ya en las primeras dos páginas, el autor/narrador rememora el final de una relación sentimental mencionada por Villordo como un romance vulgar.  Al principio de la novela aparece el estereotipo que asimila al varón homosexual como equivalente femenino: “El me confundía con una mujer, nuestras relaciones tenían no sé qué de parecido con las del hombre y la mujer. Hasta creo que se divertía cambiándome el sexo en el diminutivo de mi nombre”.  (Villordo, 1983, p. 8)



Esto recuerda el estudio sobre la masculinidad en la sociedad cabileña de Bourdieu donde el autor sostiene que el cuerpo tiene una parte delantera, que es el lugar de la diferencia sexual, y una parte trasera, con una sexualidad indiferenciada, y potencialmente femenina, es decir, pasiva, sometida: “(…) como lo recuerdan, mediante el gesto  o la palabra, los insultos mediterráneos (especialmente el famoso “corte de manga”) contra la homosexualidad, sus partes públicas, cara, frente, ojos, bigote, boca, órganos nobles de presentación de uno mismo en los que se condensa la identidad social, el pundonor, el nif, que impone enfrentarse y mirar a los demás a la cara, y sus partes privadas, ocultas o vergonzosas, que el decoro obliga a disimular.” (Bourdieu, 2000, p. 30)



Esta idea del gay equivalente de mujer se da desde el interior mismo del imaginario de sus personajes, que son mostrados como criaturas tristes, en busca de la felicidad momentánea que sólo parecen hallar en la promiscuidad; los cuales con frecuencia se tratan con el pronombre femenino. Distintos elementos materiales del universo femenino aparecen contenidos en la construcción de algunos personajes, por ejemplo Beto, en el cual la descripción de su personalidad afeminada, está acompañada del uso de maquillaje, ruleros y batones.



Remite también a los elementos que han utilizado los cómicos argentinos a la hora de construir el estereotipo de homosexuales travestidos en televisión o en películas como las del binomio integrado por Jorge Porcel y Alberto Olmedo. Beto usa cremas para prevenir las arrugas, se maquilla y se pone vestidos, aunque siempre circunscripto al ámbito de su privacidad domiciliaria. En un momento de la novela, rompe esta regla, debido a la imprevista fuga de su mascota, un canario, y sale a la calle corriendo, vestido de mujer.



“¡Está loco!”, aullaba Adolfo. “¡Mirá cómo sale! ¡Lo van a llevar preso!” Corrí detrás de él, seguido por los otros, pero su batón floreado iba dos pisos adelante, como una enloquecida mariposa que aparecía y desaparecía, espantada por nuestros gritos. Cuando ganamos la calle, él estaba entre un remolino de curiosos, el ómnibus se había detenido y el chico que le vendía los diarios (que tenía su puesto en la esquina) capturaba a Aglae, trepado a una ventanilla. Los tres mirábamos la escena sin atinar a nada, inmóviles ante lo que ocurría. El chico le entregaba el pajarito y respondía a su beso de agradecimiento con un “¡No, es nada, señorita!”, y le decía a un vecino, para mayor aclaración: “Es la señorita del quinto piso”.  (Villordo, 1983, p. 21)



Es interesante analizar los adjetivos que emplea Villordo para describir la carrera de Beto en persecución de su mascota: “enloquecida mariposa”. En el lenguaje coloquial del Río de la Plata, el adjetivo mariposa o mariposón, y también loca, designa despectivamente al hombre gay o sospechoso de serlo. Por otra parte la descripción del comportamiento de Beto en el interior de su mundo privado, su casa, donde recibe a sus clientes, vestido de mujer, está reafirmando  su categoría cuasi femenina desde una visión estereotípica del género:



“…iba y venía de una crema a la otra, volvía a embadurnarse, con una habilidad y una ligereza que al menor descuido presentaba al espectador una cara diferente, sin que pudiera explicarse como había ocurrido el cambio. Sobre los anteojos se alargaba las cejas, sobrecargaba de rimel los párpados, se sombreaba las ojeras. (…) Para los labios tenía el rápido movimiento de cilindro de las mujeres (…) Jamás salía pintado a la calle, ni se lo hubiese permitido, sino con la cara borrada, refregada para sacarse los afeites. Unicamente para el incrédulo diariero (un chico que le alcanzaba los diarios por la puerta entreabierta) contaban los atuendos y las cremas. Para los transeúntes, sólo la cara inexpresiva de ese señor constantemente apurado e imprudente, ese hombre de edad indefinida, que se parecía a cualquiera de ellos”. (Villordo, 1983, p. 16-17)



Beto, según narra Villordo, había  heredado la costumbre de usar batones de unas tías provincianas; tenía una colección. Si hacía calor los llevaba desprendidos, flotando vaporosamente por  toda la casa, y si hacía frío, se ponía varios, unos encimas de otros, de maneras que sólo podía caminar, contoneándose. Beto se presenta como Betina, usa el pronombre femenino para presentarse ante otros homosexuales, como el propio Pajarito, protagonista biográfico de la novela.



Además del estereotipo de la loca, aparece a través de las propias palabras de Beto, el del chongo, ampliamente descrito por Sebrelli (1997).  Se advierte el trasvasamiento de la figura del chongo, de un mundo al otro, en la construcción del estereotipo, desde el interior y el exterior del gueto homosexual, por categorizar rápidamente una zona de espacio vinculante entre personas con los mismos intereses sexuales, aunque no siempre coincidan espacial o ideológicamente. Pajarito está enamorado de Esteban, uno de estos personajes, camuflados en una falsa masculinidad puesta en venta para los hombres homosexuales que fantasean con conquistar el amor de un heterosexual. Esteban se acuesta con él por dinero, y a su vez tiene relaciones con mujeres.



En una ocasión cuando Pajarito está triste por la ruptura sentimental con Esteban, recibe de Beto la siguiente reflexión: “Pajarito, vales mucho más que ese chongo atorrante que se acostaba por plata”. (Villordo, 1983, p. 13)



El chongo en la mitología popular se percibe a sí mismo como un varón heterosexual, que en ocasiones, mantiene sexo con otros hombres pero siempre desempeñando un rol activo –aceptando la convención de que rol activo está designando al sujeto que penetra o es felado en una relación sexual- por algún tipo de intercambio económico. En realidad no se diferenciaría de un individuo que ejerce la prostitución (taxi boy, chapero, hustler, etc.).



Sobre este tema resulta esclarecedor el estudio realizado por Perlongher (1993) en el ámbito de la ciudad de San Pablo.



La novela brinda también una descripción de las costumbres urbanas de algunos homosexuales de la década del cincuenta y sesenta, y los diversos códigos de conquista (cruissing, levante) imperantes en la Buenos Aires del siglo XX.



“Adolfo dijo que era temprano; él dijo que era tarde. El otro dijo que era la hora de los maricas, Beto que era la hora de los marineros”. (Villordo, 1983, p. 24)



“Los soldados se sentaron en un banco, Beto dudó, miró una y otra vez, sin soltarme el brazo, y siguió hablando como si me dijera algo importante (…) Su conversación era una alocada sucesión de gestos, una disparatada exhibición destinada a los dos  espectadores, cuyas reacciones vigilaba sobre mi hombro, con miradas que tenían una sola dirección y que acabaron en poner sobre aviso a los muchachos”.  (Villordo, 1983, p. 32)



Finalmente, Beto se marcha con uno de los conscriptos y Pajarito, con el otro. El conscripto estaría ocupando el estereotipo del chongo; el muchacho que se asume como estrictamente heterosexual, pero que acepta brindar servicios al homosexual en un rol activo, a cambio de una invitación a comer, o de una suma de dinero. A través de la conversación que mantienen, es evidente que el soldado demuestra superioridad sobre Pajarito, un sujeto pasivo, un equivalente de mujer.



“Después, mirando a los conscriptos que estaban apoyados en la victrola, quiso oír un disco, acercarse a ellos, que evidentemente habían tenido menos suerte que él. Lo acompañé para que se mostrara, para que tuviera ese momento de alegría infantil, que es el creerse superiores a los otros, y porque una vez en el juego las leyes de la pareja son iguales a los del hombre y la mujer.” (Villordo, 1983, p.39)



Desde el punto de vista histórico, Villordo, está legitimando un modelo de pareja patriarcal, donde el poder está, en manos del hombre. Al mismo tiempo, describe la existencia de una cultura gay, que para la época, permanecía oculta, funcional en sus propios códigos y espacios.



En la acción de la novela, ya había transcurrido más de una década de lo que fue conocido como el “escándalo de los cadetes del colegio militar”: En 1942 un grupo de homosexuales relacionado con el joven propietario de un lujoso departamento céntrico ideó un particular sistema para conseguir compañía sexual. Gracias a la ayuda de una bella modelo que alternaba en un bar donde concurrían cadetes del Colegio Militar,  los jovencitos eran engañados y llevados al departamento donde se suponían disfrutarían de los favores de la mujer; pero una vez allí, ella desaparecía y los dejaba con un hombre que les revelaba la verdad. Muchos se retiraban, pero los que quedaban eran fotografiados desnudos, aunque con elementos del uniforme militar; desconociendo los ocultos propósitos de futuras extorsiones. La denuncia de un cadete que no aceptó la propuesta desató la investigación y el escándalo, que motivó cárcel e incluso dos suicidios de los involucrados, todos hombres pertenecientes a distintas clases sociales.

Extraido de : http://www.pseudoghetto.com/index.php