Editorial Nº 21

Este año 2003 ha marcado uno de los grandes hitos en la historia del movimiento gay de Latinoamérica: las leyes de Unión Civil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y de la Provincia de Río Negro han abierto un camino de acceso hacia la igualdad en derechos civiles que ya ha provocado una reacción airada de las fuerzas católicas y fundamentalistas.

La opresión de gays, lesbianas, bisexuales, travestis, trans y homosexuales en general es sobre todo cultural; las costumbres, hábitos, creencias y prejuicios de varios siglos de civilización homofóbica hacen que no tengamos igualdad de oportunidades y trato con los heterosexuales. Las prohibiciones que coartan nuestra educación, nuestro desarrollo y nuestra libertad, y que disminuyen la plenitud de nuestras vidas, son sobre todo culturales. Ironía, burla, desdén, ridiculización y postergación son las armas que se utilizan contra nosotros, mucho más que los revólveres y los barrotes; y sin dejar ni un instante de combatir las amenazas contra la vida y libertad de los más desprotegidos entre nosotros, hay que prepararse para el combate cultural.

 

La Iglesia Católica ya llamó a sus fieles a oponerse con todas sus fuerzas a las leyes de unión civil. La relativa tranquilidad en que nos había dejado hasta ahora era consecuencia de sus propios errores (haber participado en la dictadura, ser representada por monseñor Quarracino). Pero ahora comienza a movilizar sus intelectuales laicos: César Bergadá, la ex diputada Ceballos, la Universidad Católica Argentina, los editoriales de “La Nación”. Detrás se insinúa una línea mucho más ultramontana: el viejo nacionalismo católico que se resiste a desaparecer. El Guardián obligó al Consejo de Derechos del Niño, Niña y Adolescente a rescindir su convenio con nosotros; el diputado Busacca nos demanda por intentar aconsejar a niños y niñas homosexuales.

Está lejano todavía el día en que debamos defender, entre los derechos del niño, el derecho a la orientación sexual. Por ahora tenemos una agenda concreta: la unión civil nacional para gays y lesbianas, con derecho de herencia; la documentación para las personas trans, incluyendo a las travestis, libres de interferencia médica o siquiátrica. (Incluimos en este número nuestros proyectos legislativos.) Pero debemos prepararnos a pelear por el reconocimiento de que hay homosexuales niños y homosexuales madres y padres. Fiel a su ideología, SIGLA propone ir paso a paso, pero siempre adecuándose a lo que nos exija la realidad y las oportunidades que se nos ofrezcan.

Detrás de los derechos civiles está la lucha ideológica y cultural. En ese campo nuestro principal adversario es el fundamentalismo religioso. Hay que estar intelectual y comunicacionalmente preparados para enfrentarlo. Nuestro camino es el diálogo: convencer. Los heterosexuales deben ser nuestros aliados, no nuestros enemigos. Hostilizarlos o burlarse de ellos es imprudente.

Y todo esto, sin dejar de luchar contra el VIH, que sigue infectando homosexuales a ritmo inalterado desde comienzos de los ochenta, mientras el Proyecto País del Fondo Global Argentina prevé una cantidad de dinero para prevención en hombres que hacen sexo con hombres diez veces menor que lo indicado por los consensos internacionales.

Es una lucha difícil; más que nunca, debemos unir fuerza e inteligencia.