Los gays de Buenos Aires a fines de los años setenta inventan estaciones posibles para alimentar sus goces clandestinos. Estos combatientes del deseo trazan una cartografía profana: los baños públicos y los andenes ferroviarios, en los que construyen comunidades de paso; las fiestas particulares, concebidas como un teatro del artificio; los arroyos permisivos de El Tigre e incluso un dormitorio de la comisaría de la Casa Rosada. En ese territorio común se cruzan y hasta entablan un cuerpo a cuerpo con policías, militares y muchachos de sobreactuada virilidad. A través del relato de los protagonistas y de las huellas que éstos dejaron dispersas en textos, paredes y fotografías, los autores recuperan una memoria colectiva y la convierten en una herencia para los sucesores.
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Título: FIESTAS, BAÑOS Y EXILIOS. LOS GAYS PORTEÑOS EN LA ULTIMA DICTADURA
Autor: Flavio Rapisardi y Alejandro Modarelli
Editorial: Sudamericana
Pais: Argentina

Año: 2001
Páginas: 224 págs.


 

Comentarios de Claudio Zieger para Página 12:

 

Una mezcla de deseo y riesgo, de frivolidad y marginación, de ternura y terror, caracterizaron a una de las napas más secretas y menos exploradas de la vida cotidiana bajo la dictadura militar. A diferencia de otros relatos sobre la época, los avatares de los gays hacia fines de los setenta y principios de los ochenta en la Argentina producen aun hoy (cuando se los puede leer con la supuesta distancia de un mundo que definitivamente cambió) discursos sinuosos, contradictorios y en gran medida, insólitos. Las locas (como llaman los autores del libro, decididos a esgrimir políticamente un término peyorativo, a quienes dieron su testimonio) hablan acerca de sus prácticas con una honestidad brutal, una desmesura literaria y un coqueteo que no termina de extinguirse. Como diría el escritor chileno Pedro Lemebel sobre sí mismo (ver nota en página siguiente), hablan por su diferencia. Y esa diferencia, a la vez, va delimitando los distintos territorios que fueron transitados por los pasajeros del sexo gay bajo la dictadura.
Las tres partes en las que se divide el libro (las que aproximadamente se corresponden a las tres zonas mentadas en el título: las fiestas, los baños y los territorios del exilio) son las tres zonas básicas que –para los gays que pueden ser englobados bajo la categoría “minoría sexual”– operan como círculos concéntricos, que a veces se tocan y otras veces no, en esos típicos movimientos de lo que se dio en llamar una “cultura de cruces”. De eso trata Fiestas, baños y exilios: de cómo operó esa cultura de cruces (sociales, culturales y estéticos) en unos años tan poco proclives a la mezcla social y cultural.
Las primeras preguntas que pueden surgir entonces de la lectura son las siguientes: ¿qué tenían en común un habitué de los baños públicos (para tener sexo, se entiende), un plástico de iniciales FK que organizaba exóticas fiestas de disfraces, una mariquita de barrio humilde exiliado en alguna casita del conurbano harto de las detenciones y los maltratos policiales, o un sofisticado militante del Frente de Liberación Homosexual, más allá del deseo orientado hacia su propio sexo? ¿Vale igual la experiencia de un homosexual de doble apellido protegido por la familia, que el de uno ignoto y pobre? ¿Alcanza esa orientación común para agruparlos en un colectivo? ¿La experiencia de algunos, digamos, un tanto superficial, no habría ofendido a la conciencia política de otros? La conciencia de una vanguardia esclarecida que quería mezclar revolución y homosexualidad, ¿no quedaba al desnudo como un disparate mayúsculo, frente a la extrema frivolidad de la “masa” gay?
Flavio Rapisardi (escritor y coordinador del área de Estudios Queer de la Universidad de Buenos Aires) y Alejandro Modarelli (escritor y periodista) llevaron este concepto de cultura de cruces al propio entramado del libro. De hecho, Fiestas, baños y exilios no sólo es el resultado del “cruce” de visiones de dos autores sino que además es el resultado de un cruce de géneros: los testimonios y el ensayo crítico; el peinado de las teorías que reflexionan sobre las minorías sexuales (el “genre”, los gay studies, y finalmente la teoría queer, más proclive a romper el concepto de identidades y roles sexuales fijos) y la confrontación de tanta conceptualización con la experiencia de vida, de la calle, donde persisten con empecinamiento esos roles fijos y esos prototipos antiguos que se niegan a extinguirse (como el de la marica o elchongo, personajes de muchos de los relatos del libro). Deliberadamente juntaron a todos en una misma fiesta, los obligaron a mezclarse: a la loca travestida y al cuadro político, al poeta neobarroco y a la que imita divas de los años cuarenta.
Esos cruces son tanto la materia como la forma del libro, y esa íntima coherencia hace que estemos frente a un libro tan curioso como logrado. Además, intrínsecamente honesto: si bien los testimonios son muy duros (a veces por primitivos, a veces por desbordados), en ningún momento los autores vuelcan la balanza hacia el lado de la corrección política ni intentan ajustarlos a la teoría.
Los testimonios de las locas se acumulan no sin contundencia: cómo eran por dentro las “teteras” de las estaciones de trenes; cómo había un submundo de sexo entre varones en la comisaría de la Casa de Gobierno, literalmente debajo de Videla; cómo eran las fiestas en el Tigre a hurtadillas de la Prefectura o la realidad detrás del mítico viaje liberador a Brasil. La vida, asociada al sexo, palpitaba entre la muerte y la tortura. En este sentido, hay mucho de sobreviviente en estos gays que quedaron a medio camino entre la primavera del ‘73 y el golpe militar. Y mucho de picaresca también. Casi podría decirse que las dos primeras partes del libro son el despliegue de una picaresca homoerótica bajo un régimen fascista, un relato novelesco y desbocado, a la manera de ciertas páginas de Reinaldo Arenas.
La tercera parte del libro (“Militancia y exilios”) viene a poner un poco de paños fríos en el desenfreno, a la vez que abre la investigación a otras zonas. Es el momento de diseccionar los destinos de la vanguardia militante, de los orígenes más remotos del Frente de Liberación Homosexual y los destinos de quienes lo integraron. Los discursos convocados cobran otro espesor y, desde luego, otra clase de dramatismo. Las relaciones fallidas con la izquierda a través de figuras sumamente atractivas como la de Néstor Perlongher, Adelaida Gigli o el militante comunista Héctor Anabitarte, aportan el segmento de reflexión sobre la experiencia.
El libro, sin embargo, es el todo: las historias de la masa y la historia de la vanguardia; antropología urbana de los avatares de la minoría sexual y reconstrucción de campo intelectual; así que por un lado, Fiestas, baños y exilios viene a sumarse a los aportes de Historia secreta de los homosexuales en Buenos Aires de Juan José Sebreli y Médicos, maleantes y maricas de Jorge Salessi, y por el otro intenta abrir un camino más personal, arriesgándose en los territorios donde verdaderamente sucedieron –y suceden– los hechos, entrando en la intimidad de los cuartos y de las conciencias, apostando al cruce entre la teoría y la práctica, y aceptando los resultados que arrojó la mezcla de la siempre esquiva y sorprendente realidad.